En busca del feo más codiciado

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Por Jaime Guzmán

Durante las diferentes fases de la blanca y hasta rojiza luna, a finales de septiembre y el resto del mes de octubre, a las orillas del mar de Fray domingo y Salinas del Rey, ocurren hechos asombrosos en la naturaleza agreste de estas playas abandonadas del departamento del Atlántico.

El nativo expone su piel al sol que deja de ser mestiza y se torna rojiza por la inclemencia de los rayos solares, su vestir harapiento junto a sus chancletas “tres puntá» medio remendadas, un sombrero “vueltiao” casi que roto por el escandaloso viento y su herramientas rústicos de pesca para desafíar al mar en busca de su objetivo, al igual que señalándonos con su dedo índice su fuerte queja con lo que acontece tristemente en estas zonas costeras del norte del país.

Mientras vamos bordeando con sigilo al interior de la agresiva ensenada de Fray Domingo, con picardía en sus ojos y voz con un acento de experto, nos muestra lo tan atrevido que es, al retar al azul y plateado océano, con el fin único de desgarrarle de sus manos de olas, a uno de sus hijos más preciados el tornasolado pez Bagre.

Este feo animal acuático de casi 50 centímetros de longitud y con un peso aproximado de un kilo que sale de casería en las orillas y que habita por lo general en las diferentes playas del Caribe es reconocido como “chivo” por los largos bigotes que acicalan su cara y que sirven para sentir su presa. Como es el caso de los insectos marinos, cangrejos, moluscos, huevos de peces, plantas acuáticas, caracoles, vegetación en descomposición, carroña, gusanos y sanguijuelas, no se salvan ante el poder de este peculiar pez.

Entretanto, bajo la inclemente tarde de la playa, están sus asiduos guardianes, entre ellos las uvas playeras, los palos de Totumo y manglares. En estos últimos, habitan muchos cangrejos que a diario sobreviven ante el descuido terrible del hombre. Mientras tanto, la sucesión de las continuas olas están serenas por las lluvias invernales, como un músculo humano no descansan día y noche.

Amanece y el pescador humilde desde su cambuche, a unos cuantos metros del océano observa el horizonte y también el movimiento de los peces dentro del mar, al igual que respeta los enigmáticos designios donde habita Poseidón. También, se preocupa por su porvenir, el de su familia y la limpieza del mar. Por lo tanto, sin pensarlo dos veces, agarra su sombrero, y su arma para buscar a ese grotesco pez.

Con un caminar pausado, la mirada panorámica, fría tesón y aguda concentración, nuevamente decidido ha salido de su morada destechada, a arrojar a la gran masa de agua, sus ilusiones para el sustento de los suyos en el día a día.

Y como un payaso, en medio de una caja de sorpresa que asombra con su salida imprevista a propios y a visitantes, escamoso y contra la gravedad, divisamos al gran Bagre codiciado, en medio de su vana lucha contra la trampa que lo va enredando cada vez más, hasta que termina rindiéndose.

El oriundo, que no deja de apreciar el tamaño y color del pez, en medio de la desolación de las playas, va cogiendo fuerza en sus manos grandes y callosas para halar las gruesas atarrayas, y a pesar de haberle cortado uno de sus dedos, con un respiro hondo y corto, tiene la satisfacción de haber cogido a este aguerrido pez, que aún no muere.

La tarde se va consumiendo y las últimas sombras de los pescadores que desarman todas sus redes desaparecen… Descansan ya en su improvisado cambuche, acompañados del viento abrazador y el rugido profundo del mar Caribe.

Sin duda, la alegría de los hijos del pescador como la de nosotros es muy placentera, por lo heroico y admirable al haber podido otra vez vencer al dios del mar y en especial raptarle a uno de sus seres más queridos. Los chicos regocijados reciben al padres muy entusiasmado ya que este pez es un manjar para todos. Y lo mejor, no solo fue 1 sino 4 los pescados.

En medio de la noche, el feo más codiciado, da su última contorción sobre el rústico mesón y se observa en sus ojos como el tiempo agonizante espera la enigmática muerte. Mientras el pescador y su familia bailan viejos vallenatos, celebrando con deleite su objetivo en aquellas playas solitarias y olvidadas en el tiempo, nosotros esperamos el día siguiente y coger el próximo bus, rumbo a Barranquilla.

Amanece y el rugido del mar nos despierta y con un sol de invierno, la vida nos muestra que sigue su rumbo. Lo que más nos sorprendió, no fue el pez y menos el paisaje, todo lo contrario, fue el señor y sus hijos. Quien lo creyera, estaban pescando como si lo de ayer solo fuese un sueño tan solo sueño.

Pronto nos alejamos de las playas de Fray Domingo y los perdíamos de vista, por la larga distancia, comprendimos que la vida se disfruta de pequeñas cosas y por eso vale la pena vivirla.