Por Jaime Guzmán
Amanece un lunes del mes de mayo, se escuchan sirenas, pacientes entrando y saliendo de la puerta de urgencias. En medio de ello se vive con ligera intensidad la incertidumbre de si dio a luz o no, el descendiente de Juan y Ana, suceso que aconteció en el Hospital Niño Jesús de Barranquilla.
Esta es la historia de Juan, joven albañil que en los albores de su juventud desea salir adelante con su querida esposa Anita, quien desde hace más de 6 noches se encuentra internada tras estar en observación con dolores de parto.
El joven, de tan solo 23 años, empieza a movilizarse de un lado a otro y a veces pasa por su mente burlar a la seguridad del centro médico para indagar por su compañera; cuando pregunta, la respuesta es plana y muy lejos de ser positiva.
La mañana del lunes del albañil se fue muy lenta y no fue la mejor, pues estuvo durante varias horas sin recibir la respuesta que necesitaba, mientras que la expresión en su rostro denotaba angustia.
Llegó la noche y empezó la gente a invadir las afueras del hospital. Unos arribaban a urgencias y otros a colocarse en frente y poner sus chazas para comercializar sus productos alimenticios.
Juan, pronto se despertó por la preocupación, sintiendo el olor fuerte al aceite del caldero de los fritos. De un momento a otro, saca rápido de su bolsillo, 2.000 pesos, pues le invade la hambruna, levanta la mirada y se compra un café y una empanada en la fritanga de enfrente, arreglada con mantel de cuadros rojos y azules, servilletas y termitos de suero y picante, y al lado, agua de maíz y guarapo.
La gente que está en el lugar está preocupada y por momentos se sientan en sillas o siguen de pie, prenden un cigarro, conversando del juego del Junior ante el Santa Fe.
Entretanto, Juan consume con tanta ansiedad que empieza a toser con fuerza, tanto que sale un asistente médico después del aviso del guarda de seguridad al ver la situación.
El joven de 23 años le dice al médico que no siente nada, solo que le preocupa que no hay razón de su mujer y su ansiedad le hace comer con rapidez. El médico asiente con la cabeza, coloca su mano en el hombro de Juan y lo trata de tranquilizar.
Al rato y luego de unas horas, el albañil logra conciliar el sueño en una de las viejas sillas que hay en las afueras del hospital.
Amanece el martes y mientras pasan los segundos y las horas, el color de la mañana es fuerte, como dicen los viejos: “sol de agua” y el joven está con ansiedad de nuevo y al pie del cañón, esperando una respuesta aliciente, mirando entre los vidrios polarizados y ya desgastados por el polvo y el descuido del Estado, al no arreglar el establecimiento médico.
Por tanto, el joven, cual felino no quita su mirada de la entrada del lugar; sentado ahora en la acera de enfrente sobre un gris bordillo, mira hacia las nubes y le implora a Dios saber de su mujer y el silencio no es más que la respuesta ante lo que conversó con el Creador.
En el interior del centro médico, que está lleno de mujeres embarazadas, se encuentra su amada mujer, quien es atendida en la sala de partos cuando siente un fuerte movimiento en el interior de su abdomen, y a la espera de conseguir permiso para hacerle el procedimiento de la cesárea.
De inmediato la atiende un ginecólogo que en principio le comenta que el permiso del hospital de Palmar no tiene validez, entonces le harían un parto natural… pero eran tan fuerte los dolores de Anita, que le hicieron una ecografía para ver cómo estaba la criatura.
Afuera, está Juan que sigue preñado de angustias, sin encontrar algún aliciente para calmar su desespero.
Sin embargo, la misericordia de Dios es tan grande, que el joven vuelve a la realidad y quitando su velo oscuro de exasperación ve a otras personas igual a él con problemas, sin duda es un mensaje divino que nuevamente le brinda el Creador, diciendo que se calme.
Con el correr de las horas, el joven ya siente serenidad y el coraje para afrontar sus adversidades, como caracteriza a las personas que han sido víctimas de injusticias con las que han padecido por las situaciones más difíciles, pero el joven no puede ser egoísta y es consciente que debe saber que como él, hay varios en igual o peor condición.
Llega la noche del martes tras un invierno fuerte alargando la tarde. Al rato, la madre de su esposa, que estaba en el interior del lugar, logra salir y le comenta que ella también padeció cuando dio a luz a su hija y logra abrazarlo; tercer mensaje que recibía el joven.
Es miércoles y amanece más temprano que nunca; Juan que descansa, en un sucio piso y recostado a una de las descuidadas paredes del hospital, recibe una noticia. Antes debe tener paciencia y llenar unos papeles yendo de un lugar a otro, en el laberinto blanco del centro médico, con un aire acondicionado muy helado y un inconfundible olor a hipoclorito. El joven pensaba lo peor, pero no, era una grata noticia. Él seguiría siendo el hombre de la casa, puesto que su mujer no solo era ella, sino la llegada de una bebé y él sin pensarlo no dudó en agradecer a Dios y colocarle el nombre de Gabriela.
Así, como este caso, transcurren también otros en el día a día de los hospitales y diferentes centros de salud de nuestro país, donde la situación es difícil pero el heroísmo del personal médico, y de la gente que como Juan creyó y esperó en Dios, termina siendo premiado con una sensibilidad de hierro que los reconforta.