Por: Orlando Enrique Barros García
Nuestro primer contacto con la serie de películas basadas en la obra del británico profesor de filología, lengua inglesa y literatura de la Universidad de Oxford, John Ronald Tolkien, fue en el año 2002, con la exitosa cinta: “El señor de los anillos, las dos torres”, la segunda en este grupo de producciones cinematográficas, ganadora de dos óscares de la academia en los Estados Unidos. Como cualquier cinéfilo vimos el estreno de este filme con la esperanza de tener un momento de esparcimiento, sin pretensiones de encontrar cosa diferente a la diversión. Sin embargo ver esta obra del mundo del celuloide nos obligó a elaborar un trabajo interpretativo- visual, utilizando para ello las lecturas de los relatos de profesor Tolkien: esas que escribió en cumplimiento de las obligaciones propias de un padre amoroso y responsable, y con las cuales terminamos descubriendo que estábamos frente a una vieja historia conocida.
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, LAS DOS TORRES, es una obra de la cinematografía del siglo XXI, cargada de escenas violentas y acción que le cuentan al espectador, en medio de una fotografía semi oscura; las luchas de los pueblos de la tierra media por apoderarse de un anillo custodiado por Frodo, personaje que en medio de multiplicidad de aventuras peligrosísimas guarda celosamente aquel anillo, evitando que el señor de la oscuridad, Saurom o también llamado Anatar, se apodere de él. Así se inicia un conflicto entre los pueblos de la tierra media, Elfos, enanos y Hobbit, liderados por mago Gandalf el gris, y las legiones del mal, comandadas por Anatar o Sauron amo y señor de los orcos: monstruos sin ninguna consideración por lo humano. Efectos especiales, personajes creados por la inteligencia artificial, son artificios propios del séptimo arte que van recreando esa vieja historia, la misma relatada en diferentes momentos y diversas formas por la mitología, la religión, la historia y la literatura. Varias fueron las escenas donde evidenciamos estar frente a la historia del bien contra el mal por el poder. Un ejemplo claro de ello lo constituyen aquellas en las que veíamos aparecer a Sauron siempre con atuendo negro, entre sombras y a oscuras, significando desde el ideario simbólico – religioso: el mal. O en la que se desarrolla una lucha a muerte entre Sauron y el mago Gandalf, siendo éste último arrojado por el señor de la oscuridad a una especie de infierno, y la posterior aparición del viejo mago, ya no como el señor gris, sino como el señor blanco, con túnica límpida, y su cabellera blanca; imágenes angelicales y endiosadas que nos detallan la representación del bien en este personaje. Esas escenas resumen perfectamente la historia y dan cuenta de la intención del profesor Tolkien, el que alguna vez expresó al hacerse acreedor del único premio que le otorgaron por sus novelas y relatos de aventuras: que no concibió aquellos textos con la intención de convertirse en un escritor de oficio, buscando ser galardonado y reconocido como tal; sino que al escribirlos, pretendió que sus hijos pudieran diferenciar el bien del mal: en una, a nuestra manera de ver las cosas, divertida forma de enseñar y aprender.
Ir al cine será placentero, emocionante y divertido: cuando desde nuestra silla de espectadores esculquemos y busquemos encontrar en todos y cada uno de los elementos que nos ofrece el séptimo arte, la significación del universo humano.
El trabajo del cinéfilo es el de construir un camino expedito hacia la comprensión e interpretación del texto fílmico, que hará mucho más interesante la afición y apreciación del cine, y por ende, la experimentación del verdadero placer estético que toda obra artística debe despertar en quien la aprecie.