La junta militar intensifica ataques en medio de labores de rescate mientras la comunidad internacional condena sus acciones.
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Myanmar vive una doble tragedia tras el devastador terremoto de magnitud 7,7 que azotó la región de Sagaing, dejando miles de muertos y heridos según cifras oficiales. A pesar de la emergencia humanitaria, la junta militar, que se afianzó en el poder tras un golpe de Estado en 2021, ha continuado bombardeando su propio territorio, una acción calificada por la ONU como «indignante e inaceptable».
El relator especial de la ONU, Tom Andrews, denunció que mientras se intentaban rescatar sobrevivientes, las fuerzas militares lanzaron ataques aéreos y terrestres en zonas afectadas. Un ataque en Naungcho, estado de Shan, dejó al menos siete muertos, horas después del terremoto. Asimismo, en Sagaing, epicentro del desastre, se reportaron enfrentamientos y bombardeos durante el fin de semana. En esta región, bajo control de grupos rebeldes, los militares han intensificado sus ofensivas, demostrando una creciente dependencia de ataques aéreos en la guerra civil que ya lleva cuatro años.
La tragedia ha evidenciado el bloqueo de ayuda humanitaria en zonas de resistencia, una táctica utilizada históricamente por la junta. Mientras la comunidad internacional condena las acciones, países como Rusia y China continúan suministrando armamento al régimen, alimentando una guerra que deja un saldo creciente de crímenes contra la humanidad.
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