Un homenaje desde la memoria de un alumno que nunca olvidó sus lecciones
Por: José Ocampo Martínez – Editorial
Transcurrían los años 70. Éramos jóvenes estudiantes en el Instituto INEM «Miguel Antonio Caro», con sueños diversos, pasiones incipientes y una vida entera por descifrar. En aquellos corredores amplios, marcados por la esperanza de una educación pública fuerte, comprometida y digna, conocí a uno de los hombres más rectos e inolvidables que marcaría mi vida: el profesor Armando Yance, maestro de Economía, formador de conciencias y ejemplo de integridad.
No se trataba solo de impartir clases. Armando Yance no enseñaba asignaturas, moldeaba carácter. Su mirada firme, su hablar pausado pero categórico, su puntualidad absoluta y su estilo de enseñanza directo nos impactaban, incluso sin que lo comprendiéramos del todo en ese momento. El aula se transformaba en un espacio donde la disciplina no era castigo, sino forma de vida; donde el respeto era natural y no impuesto; donde el saber no se memorizaba, se entendía.
Hoy, al conmemorarse en Colombia el Día del Educador, no puedo evitar mirar hacia atrás y sentir que muchos de los principios que hoy rigen mi vida profesional y personal se forjaron allí, bajo su tutela. Yance no era un profesor carismático al estilo moderno, no necesitaba serlo. Su presencia imponía sin violencia, enseñaba sin alarde. Nos enseñó que la economía era más que números: era responsabilidad social, ética en la gestión y compromiso con el desarrollo humano.
A veces lo mirábamos con miedo, otras con admiración, y otras con una mezcla de ambas emociones. Pero con los años, lo comprendimos. Sus exigencias eran un espejo de lo que él mismo se imponía. Su dedicación no era una pose, era su manera de vivir. Su pasión por la enseñanza no necesitaba discursos grandilocuentes, estaba en cada acto cotidiano, en cada llamado de atención con propósito, en cada gesto silencioso de exigencia y fe en nosotros.
Hoy, tantos años después, quiero levantar esta breve pero sentida columna como un acto de gratitud eterna. Porque más allá de las enseñanzas económicas, el profesor Yance me enseñó el valor de la constancia, la nobleza del esfuerzo bien hecho, la virtud del silencio cuando es oportuno y la necesidad de actuar con principios en un mundo cambiante.
Maestro, este homenaje es solo una gota en el océano de lo que usted sembró en cientos de alumnos. Algunos, como yo, nunca olvidamos. No solo lo recordamos: lo llevamos dentro, como parte del ADN ético que usted ayudó a formar.
A todos los educadores de Colombia que, como él, han entregado su vida a forjar seres humanos con valores, con pensamiento crítico y con sueños realizables, mi respeto más profundo. Y a usted, profesor Armando Yance, donde quiera que esté, gracias por marcar mi vida.
Firmado:
José Ocampo Martínez
Alumno y discípulo, con memoria agradecida