Por Jaime Guzmán
Lo cierto es que el balón se congeló y se transformó en el flash de una cámara, para quedar en la retina del hombre que obturó la máquina. Solo con el fin de convertir un gol ante semejante arco. Pero no todo termina ahí…
Ocurre todo lo contrario, él desea fríamente mostrar con asombro la situación de aquel parque olvidado y cumplir con su objetivo.
Mientras el can, que por fin esperaba el impacto, queda cara a cara con el capturador, y no se distrae ni siquiera por un instante ante la desolación del parque y las fuertes brisas de la playa.
Mientras el artista jugaba con los colores del perro y la arena, trataba de apuntar al blanco, donde estaba el perro… Se preocupa y da su mejor lanzamiento.
El perro ni por un momento se inmutó. Pasa el rato, las horas y mientras el capturador mira una y otra vez la imagen, no celebra su ejecución, pensando que para otro encuentro debe haber un mejor paisaje, quizá más alentador… Y poder convertir de la imagen, un gol de positiva reflexión.
El can, cansado de atajar el viento que le besa la cara y «muerto» de sed, con su lengua tocando el piso, camina en busca de agua en una inmensidad, donde solo hay cangrejos, manglares y basura.
